Pasan los días

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El tiempo transcurre cuesta abajo y sin control.

Joanio y yo seguimos arrastrando nuestro antiguo amor por los bares de noche, sin un lugar cálido y sólo para nosotros. Como adolescentes eternos.

Joanio está arruinado, no puede pagar sus múltiples deudas, trabaja mucho, gana poco, gasta ese argent de poche en cenar y beber con sus amigos, en cenar y beber conmigo, que soy su amante, de vez en cuando me mira y sus ojos están húmedos; hace tanto que no llora que debe de pensar que si empieza no podrá parar.

Joanio es activo en la apariencia, en realidad sólo deja pasar los días sin hacer nada para cambiar las cosas, para cambiar su vida, para mejorarla, cree que no puede, es un hombre guapo con una hermosa voz de barítono, y la mirada más seductora que me ha mirado jamás, nos amamos y él no sabe que no cree en nosotros. Es el hombre más inseguro que conozco, pero su risa desata la mía y nunca he logrado enfadarme con él más de dos minutos.

Joanio siempre huye hacia delante y nunca llega a ningún sitio, simplemente deja que el destino vaya alcanzándole y castigándole, y él evita los golpes como puede.

Te agradezco, Joanio mío, que hayas despertado en mí la capacidad de amar sin condiciones, la ternura oculta, y me siento culpable de no decirte las crueldades que sobre ti pienso para no estropear las pocas horas que podemos compartir cada semana. Miento y soy deshonesta por verte y estar contigo y me horroriza pensar que podemos volver a perdernos por esa falta de valentía que nos paraliza a ambos.

Si alguna vez, por casualidad, dieras con estas páginas, piensa que yo te amaba todo lo profundamente que un ser humano puede amar a otro, piensa que quiero tu parte más oscura y cobarde y absurda, piensa que me condeno cada día por ti. Y piensa que me decepcionaste todo lo que un hombre puede decepcionar a una mujer, y que a pesar de ello sigo amándote y seguiré amándote por muchos y extraños avatares que nos depare la vida.

Joanio, soy débil y una criatura dramática cuando pienso en ti.

Un día de quince horas

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Ayer pasé quince horas con Joanio.

Vino a comer y cada hora que pasaba yo temía que se marchara.

Como antes. Como hace tantos años, tanto tiempo. Cuando yo le amaba sin condiciones, cuando yo sabía y podía amar sin condiciones.

Pensé de nuevo que él era mi pareja natural a pesar de todo.

Le oí decir: "Tú eres mi mujer". Lo miré a los ojos. Hablaba en serio.

Las palabras, las palabras, se las lleva el viento.

Y sólo queda la escisión, la herida abierta como una gruta oscura, húmeda, inhóspita, por donde se desliza la corriente helada de los días.

Ven

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Anoche supe que no podía seguir adelante con el recuerdo de Joanio. Estuve llorando en la cama como hacía años que no lo hacía, como cuando se sabe que algo es tan inevitable como la muerte y que la solución, aunque llegara, lo haría demasiado tarde.

Había discutido con mi novio por una tontería pero sabía que ya no debía mirar más el pasado.

Fue una lástima recuperar a J., hacerle volver después de haberlo enterrado y de no pensar en él durante tantos años. Lo traje de nuevo y lo dejé entrar, dejé que reprodujéramos lo que teníamos antes y él, cuando resucitó, respiró satisfecho y se agarró a mí con todas sus fuerzas. Tuve mucho para darle y lo dejó escapar, ahora ya no hay un tiempo para nosotros. Ahora estoy llena de tristeza, ahora todo lo que quiero de él es su arrepentimiento, que nunca obtengo, que nunca me muestra, que no sé si existe.

Me iré con este nuevo hombre que tanto me quiere y me ha apoyado y echaré a todos aquellos que puedan estropear mi nueva vida.

Quiero un hijo, es lo único que realmente tiene un sentido para mí. Espero no ser demasiado vieja, espero no estar demasiado cansada, espero que otra vez las circunstancias no me quiten lo que me importa.

Viviré por él y así podré empezar a vivir para mí misma.

El recuerdo de J

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No estoy bien con mi compañero.

No es él, soy yo la que no está aquí y me temo que vivo con la sensación de que no estoy en ningún sitio.

No es Joanio quien estropea las cosas, es el recuerdo de Joanio. J. ya no existe, aunque lo vea una vez por semana y compartamos nuestros cuerpos y nuestras mentes. Carezco de sentimientos de culpa, pero cuando miro a mi pareja actual pienso que en otras circunstancias no lo hubiera elegido.

Continuamente le reprocho que no sea más cuidadoso, que su aspecto no sea más pulcro, que sea tan tranquilo y dejado y pasivo, que sea tan lento en hacer las cosas. En realidad lo que ocurre, en parte, es que estoy desilusionada de mí misma y de cómo se han sucedido las cosas.

J. y yo teníamos que haber seguido juntos. Ahora tendríamos un hijo, o dos, yo trabajaría en algo que me gustase, escribiría. Tendríamos una casa para los dos. Y los demás hombres y mujeres no existirían para nosotros.

Pero en la realidad he perdido mi trabajo, vivo en casa de otras personas, cada mes me pregunto de dónde sacaré el dinero para pagar la hipoteca, mis impuestos, las deudas...

Y no me siento capaz de cambiar nada por el momento. Mi novio y yo tenemos un acuerdo: irnos a vivir al campo, tener un hijo. Creo que no me rindo porque esas son las únicas leves ilusiones que me quedan: una casa, un hijo. No puedo dejarlo todo y negarme a cumplir esos sueños. Pero temo cada mes ir descubriendo que el niño no vendrá nunca y que retirarme al campo no será suficiente.

Odio la sangre.

 

Mi gorro de aviador

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La noche pasada soñé que tenía un bolso como un gorro de aviador. Era uno de esos gorros de los pilotos de los años veinte, ajustados a la cabeza, de piel muy suave; tengo uno de color negro, pero el de mi sueño era blanco.

Me encontraba en una especie de hotel o residencia, no estoy segura de si estaba alojada allí ni de qué sitio se trataba; recuerdo una sala señorial, con ventanales a lo largo de una de las amplias paredes, y una pizarra grande en otra donde habían escrito un texto religioso con tiza que no llegué a leer.

Esta sala se hallaba llena de mujeres y no sé por qué motivo estaban cambiándose, tal vez había duchas cerca pero no las vi. Las mujeres eran extranjeras, nórdicas, alemanas, y una o dos de ellas mostraban un interes excesivo por lo que contenía mi bolso. Veía a una mujer introducir la mano y sacar una botella de vidrio que parecía contener algún tipo de bálsamo, parte del cual se había derramado.

Después de eso sólo recuerdo haberle dicho a mi hermana que no tenía ropa, ni zapatos, y que me habían robado el bolso. Me lamentaba del dinero y las llaves.

Entonces se me ocurría que podía escribir en la pizarra que me lo devolvieran y al expresarlo en voz alta y hacer el gesto, las mujeres me lo impedían porque las palabras del encerado eran necesarias para ellas.

El contenido del bolso aparecía poco después. Yo salía de esa sala, y abandonaba la casa, que era una torre de principios de siglo de gran tamaño, me dirigía hacia alguna actividad que se estaba desarrollando en un edificio más pequeño, de la misma época, un local para fiestas o reuniones sociales.

Allí estaba Joanio. Recuerdo que tenía una cámara de vídeo en la mano y quería filmarme, pero decía que yo no estaba quieta.

La noche a la que pertenece este sueño salí con él. Acabamos tarde como acostumbramos y aunque sigo manteniendo cierta distancia, disfruté mucho del encuentro. Le conté que esa semana había estado viendo casas en el campo para ir a vivir con mi novio, y él se puso de mal humor. Cuando veo esas reacciones en él me quedo sin saber qué decir, me sorprende, también me gusta, pero no acabo de entender por qué quiere que me quede en la ciudad si sólo nos vemos una vez a la semana, si está casado, si tiene dos hijos, si tiene su propia vida sin mí. Se lo dije y contestó que le gustaría verme más a menudo.

Mi gorro-bolso de aviador son mis planes de huida, el robo es mi temor a que queden truncados, las llaves y el dinero es la situación en la que ahora me encuentro: sin casa, sin trabajo. Las mujeres extranjeras son representaciones de mí misma.

Joanio intentando filmarme sin lograrlo son sus deseos de apresar más la relación, de tenerme. Pero yo no estoy quieta porque pienso en marcharme a  vivir fuera de aquí.

Si yo amara a alguien como él dice que me ama lo dejaría todo. Hace mucho tiempo que lo hubiera dejado todo.

 

 

 

 

 

 

Sentimientos perdidos

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Intento hacer algo hermoso o terrible o significativo cada vez que me cito con J.

Me pregunto a menudo si me estoy traicionando, qué quiero saber. Sé qué quiero volver a sentir, y sé que aquella que fui con él durante unos años no volverá. No deseo que vuelva.

Traiciono mi idea del amor, mi "antigua" idea del amor, y me deleito con cierta desesperación en tratarle de un modo brusco. Él se rebela un poco, pero lo acepta, como si por su causa yo hubiera quedado tullida y ahora tuviera que cargar con una parte de mi peso cada vez que necesita pasear a mi lado, tenerme, verme.

Supongo que fue tan desoladora su huida que tuve que seguir recubriéndole de un áurea romántica, de una pátina de disculpa, de cierto honor...

No le he hecho un lugar en mi vida, ¿por qué habría de concedérselo? Sólo he dejado un agujero para él, le he metido en ese agujero y le dejo entrever, intuir, la grieta, la marca, la escisión que provocó en mí que me abandonara.

Después de él, cada abandono en mi vida ha repetido ese abandono, y siempre que he amado he seguido amándole a él. Cuando he sido divertida con otro, o cariñosa, buena o mala amante, ingeniosa o torpe, era para él, e incluso cuando ya no le recordaba, cuando me había aligerado de la tristeza, vivía en una continua falta de Joanio.

En estos nuevos reencuentros espero que él confiese algo revelador. Algo que lo explique a él, que lo haga entendible para mí, pero nunca lo hace y sus palabras muestran una fotografía en blanco y negro rígida, vacía, un encuadre convencional exento de belleza y originalidad.

Y sin embargo puedo sentir su amor por mí en cada una de sus miradas, no sólo la atracción, es esa clase de amor por el que cualquiera apostaría y rompería y arriesgaría. Eso hace que lo considere una persona débil, acomodaticia, mentirosa, pero no dejo de aceptar cada cita. Deseo verle.

Es mi parte muerta la que le ofrezco, la más pesada.

 

 

 

 

J

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Estoy con él y me pregunto por qué estoy con él. Siento que su personalidad se ha difuminado y al mismo tiempo se ha hecho más real, más humana, menos prometedora. Antes este hombre encerraba promesas para mí, esperanzas y sueños, ahora es un pozo cerrado, un paisaje yermo donde no logro poner mi emoción.

Es una relación antigua que empezó hace muchos años, aunque durante un tiempo largo no nos vimos.  Ahora está casado, tiene dos hijos, entonces hubo un punto de inflexión en que pudo decidir estar conmigo, lo intentó débilmente, lo deshizo, me traicionó. Hace poco hemos vuelto a encontrarnos.

Busco la emoción intensa que despertaban en mí sus ojos risueños y oscuros, con ese brillo de mercurio al mirarme, y no encuentro más que un recuerdo de nosotros dos. En cada cita comprendo que mi hastío, mi vacío, me empuja a verle; quiero amarle como antes, o de una forma nueva, y sólo están mis dudas, un afecto ligero como podría sentir por un amigo, una reticencia a entregar nada a quien nada quiere dar, excepto momentos robados a nuestras vidas actuales.

Cada vez que le veo pienso que se me ha secado el corazón. Para él.

Para todos.

 

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