No estoy bien con mi compañero.
No es él, soy yo la que no está aquí y me temo que vivo con la sensación de que no estoy en ningún sitio.
No es Joanio quien estropea las cosas, es el recuerdo de Joanio. J. ya no existe, aunque lo vea una vez por semana y compartamos nuestros cuerpos y nuestras mentes. Carezco de sentimientos de culpa, pero cuando miro a mi pareja actual pienso que en otras circunstancias no lo hubiera elegido.
Continuamente le reprocho que no sea más cuidadoso, que su aspecto no sea más pulcro, que sea tan tranquilo y dejado y pasivo, que sea tan lento en hacer las cosas. En realidad lo que ocurre, en parte, es que estoy desilusionada de mí misma y de cómo se han sucedido las cosas.
J. y yo teníamos que haber seguido juntos. Ahora tendríamos un hijo, o dos, yo trabajaría en algo que me gustase, escribiría. Tendríamos una casa para los dos. Y los demás hombres y mujeres no existirían para nosotros.
Pero en la realidad he perdido mi trabajo, vivo en casa de otras personas, cada mes me pregunto de dónde sacaré el dinero para pagar la hipoteca, mis impuestos, las deudas...
Y no me siento capaz de cambiar nada por el momento. Mi novio y yo tenemos un acuerdo: irnos a vivir al campo, tener un hijo. Creo que no me rindo porque esas son las únicas leves ilusiones que me quedan: una casa, un hijo. No puedo dejarlo todo y negarme a cumplir esos sueños. Pero temo cada mes ir descubriendo que el niño no vendrá nunca y que retirarme al campo no será suficiente.
Odio la sangre.
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