Estoy con él y me pregunto por qué estoy con él. Siento que su personalidad se ha difuminado y al mismo tiempo se ha hecho más real, más humana, menos prometedora. Antes este hombre encerraba promesas para mí, esperanzas y sueños, ahora es un pozo cerrado, un paisaje yermo donde no logro poner mi emoción.
Es una relación antigua que empezó hace muchos años, aunque durante un tiempo largo no nos vimos. Ahora está casado, tiene dos hijos, entonces hubo un punto de inflexión en que pudo decidir estar conmigo, lo intentó débilmente, lo deshizo, me traicionó. Hace poco hemos vuelto a encontrarnos.
Busco la emoción intensa que despertaban en mí sus ojos risueños y oscuros, con ese brillo de mercurio al mirarme, y no encuentro más que un recuerdo de nosotros dos. En cada cita comprendo que mi hastío, mi vacío, me empuja a verle; quiero amarle como antes, o de una forma nueva, y sólo están mis dudas, un afecto ligero como podría sentir por un amigo, una reticencia a entregar nada a quien nada quiere dar, excepto momentos robados a nuestras vidas actuales.
Cada vez que le veo pienso que se me ha secado el corazón. Para él.
Para todos.
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