Intento hacer algo hermoso o terrible o significativo cada vez que me cito con J.
Me pregunto a menudo si me estoy traicionando, qué quiero saber. Sé qué quiero volver a sentir, y sé que aquella que fui con él durante unos años no volverá. No deseo que vuelva.
Traiciono mi idea del amor, mi "antigua" idea del amor, y me deleito con cierta desesperación en tratarle de un modo brusco. Él se rebela un poco, pero lo acepta, como si por su causa yo hubiera quedado tullida y ahora tuviera que cargar con una parte de mi peso cada vez que necesita pasear a mi lado, tenerme, verme.
Supongo que fue tan desoladora su huida que tuve que seguir recubriéndole de un áurea romántica, de una pátina de disculpa, de cierto honor...
No le he hecho un lugar en mi vida, ¿por qué habría de concedérselo? Sólo he dejado un agujero para él, le he metido en ese agujero y le dejo entrever, intuir, la grieta, la marca, la escisión que provocó en mí que me abandonara.
Después de él, cada abandono en mi vida ha repetido ese abandono, y siempre que he amado he seguido amándole a él. Cuando he sido divertida con otro, o cariñosa, buena o mala amante, ingeniosa o torpe, era para él, e incluso cuando ya no le recordaba, cuando me había aligerado de la tristeza, vivía en una continua falta de Joanio.
En estos nuevos reencuentros espero que él confiese algo revelador. Algo que lo explique a él, que lo haga entendible para mí, pero nunca lo hace y sus palabras muestran una fotografía en blanco y negro rígida, vacía, un encuadre convencional exento de belleza y originalidad.
Y sin embargo puedo sentir su amor por mí en cada una de sus miradas, no sólo la atracción, es esa clase de amor por el que cualquiera apostaría y rompería y arriesgaría. Eso hace que lo considere una persona débil, acomodaticia, mentirosa, pero no dejo de aceptar cada cita. Deseo verle.
Es mi parte muerta la que le ofrezco, la más pesada.
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